SOLEDAD GÓMEZ VERGUIZAS
El primer día del lavado, había que dejar la ropa en remojo en agua con jabón. El segundo día, retiraban el jabón y metían la ropa en lejía. El tercero, finalmente, aclararla y secarla. Soledad cuenta una anécdota de cuando apareció el jabón en polvo para adelantar un día el proceso del lavado. La ropa debía cargarse en barreños sobre la cabeza y a la cintura, yendo diariamente en verano al lavadero de arriba y en invierno, al de abajo. Si bien el camino hacia el lavadero de abajo era más duro, salía agua caliente que favorecía mucho el lavado, además de hacerlo más cómodo. El ambiente que se generaba en el lavadero era muy familiar, a excepción de algunas vecinas que no querían lavar con el resto en el lavadero.