58 Los entierros

FELISA HERNÁNDEZ JIMÉNEZ

Cuando alguien fallecía, acudían a San Pedro donde se recogía el ataúd hecho a medida para la persona fallecida. Tras transportar el ataúd cobre la caballería o un mulo, se introducía el cuerpo y, sobre él, un plato de sal gruesa para -según decían- evitar la descomposición. Las mujeres de la familia o del pueblo se encargaban de la mortaja, siguiendo las instrucciones que la persona fallecida había dejado escritas para su mortaja. Antes de vestir el cadáver, debían taponar con algodones todos los orificios además de introducir un pañuelo en la boca. Tras el velatorio en la casa trasladaban el féretro hasta la iglesia para el funeral y, finalmente, al cementerio sobre unas andas.

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